Experiencia en El Alto, Bolivia

Fue hace ya mucho tiempo, pero todavía tengo todos aquellos recuerdos, vivencias y experiencias muy vivas. En concreto, era el año 1994, cuando con mi juventud recorría por mi interior unas inquietudes de poder colaborar donde fuera para poner un granito de arena. 

Así que, en mayo de 1994, dada mi cercanía a la Congregación de las Hermanas de Santa Ana, en Zaragoza, les comenté mi inquietud de poder colaborar con ellas en algún Proyecto que estuvieran desarrollando. 

En primer lugar, me dijeron que podría ir a tener una experiencia así a Guinea Ecuatorial; me pareció genial. Pero fue que, a las pocas semanas, me comunicaron que, por problemas políticos, la situación era complicada para viajar a África. 

A continuación, sabiendo que yo era Ingeniero Técnico Agrícola, me ofrecieron la posibilidad de ir a la ciudad de El Alto, en Bolivia. Las hermanas de Santa Ana tenían un colegio Humanístico Técnico Agropecuario, que se llama Luis Espinal y, que allí tenían necesidades de formación y de materiales para el aprendizaje de los alumnos. 

La idea también me pareció genial. Me puse a leer sobre la ciudad de El Alto y sobre Bolivia (no existía Google). Y, en mi cabeza, empecé a imaginarme un entorno tropical, con vegetación exuberante, suaves colinas y un clima agradable. 

La ciudad de El Alto está a 4.100 m.s.n.m. Me parece que yo no sabía muy bien, lo que esa altitud quería decir. Sólo que estaba emocionado con la idea de pasar el tiempo de mis vacaciones, en agosto, en una experiencia así. 

Llegó el mes de agosto, y el momento de subir al avión y, vía Buenos Aires, llegué al aeropuerto de El Alto (es el aeropuerto de La Paz).  

Lo primero que veo una vez en la terminal es el servicio de Oxigenoterapia. Me habían hablado del soroche (mal de altura), pero no podía imaginar que fuera cierto. Las hermanas de Santa Ana me vinieron a recoger al aeropuerto y me trasladaron a la casa parroquial de la catedral de El Alto. Allí me recibió el párroco, era un sacerdote indio (de India), con quien compartimos buenos momentos, aunque mi labor se iba a desarrollar principalmente en el Colegio junto a las hermanas. 

La cuestión es que nada más llegar me dijeron que tenía que quedarme en reposo durante dos días para evitar el mal de altura. ¡Qué complicación!, con las ganas que yo tenía de salir y conocer. Bueno, pues en parte guardé reposo, pero también es cierto que salí por los alrededores y pues nada, a los dos días el dolor de cabeza era insoportable, que se aliviaba con mates de coca. Aprendí a llevar una vida más calmada, sin ir con prisas y a rechazar las invitaciones para jugar al fútbol con los alumnos del Colegio. 

El Colegio Luis Espinal daba una formación profesional y humana a sus alumnos, en varios ámbitos, entre ellos el agropecuario. Para ello, resulta que, el patio del recreo estaba dividido en parcelas, de tal forma, que cada clase tenía su terreno para poder desarrollar los cultivos, principalmente tubérculos. A esa altitud, no hay muchas posibilidades (hay poco oxígeno y por las noches hiela). 

Pero también el Colegio tenía un invernadero donde se cultivaban productos hortícolas para el comedor. De esta forma, los alumnos que provienen de familias muy pobres, podían comer. 

También había unas cuadras con chanchos (cerdos), vacas, ovejas… 

Yo había llevado diverso material para facilitar las labores agropecuarias, entre ellas, tijeras para esquilar las ovejas, ya que no era posible conseguirlas en Bolivia. 
Y entre campos, cultivos, papas, chuños, tunta y chanchos, aprendí yo mucho más de lo que pude aportar. 

Pues bueno, yo que había llegado con la idea de que iba a un país tropical, de vegetación exuberante, suaves colinas y con un clima cálido, terminé en un territorio más árido que Los Monegros, en el altiplano boliviano sin ninguna colina (eso sí rodeado de la impresionante cordillera de Los Andes, con las nieves perpetuas) y con un frío impresionante y un sol que abrasaba la piel sin calentar. 

No obstante, la experiencia fue tan especial y enriquecedora que, en los años siguientes continué colaborando hasta llegar a vivir allí en el año 2002. En total, fueron 14 años de experiencias constantes en las que uno creo que va a ayudar y vuelve lleno de alegría y vitalidad. 

Nacho Blas Ortego